112 x Pompeya

Árboles, árboles y más árboles. De todas formas. Aparentan ser tan fuertes con copas enormes que desean tapar todo el cielo. Troncos escamosos y poderosos, parecen inamovibles. Raíces que rajan la tierra demostrando ser dueñas del territorio. Realmente son seres increíbles. Recuerdo la admiración que me despertaban en la infancia y el deseo ingenuo de que pudieran hablarme. En realidad estos gigantes solo aparentan ser fuertes. Son tan vulnerables a la mano del hombre, si tienen que ser arrancados no pueden decidir, no pueden aullar de dolor por cada brazo que se les amputa.

Estoy incómoda pero distraída y una vez más la distracción se ha convertido en el boleto de la memoria para viajar. Cuando me quiero dar cuenta ya me arrastró a cinco o dos años atrás, o a dos horas menos muchas veces.

Igualmente disfruto dejarme llevar. La memoria recorre los rincones de mi mente, se detiene en cada esquina para consultar su mapa y continuar. Ojala pudiera guiarla, pudiera entender el mapa de mi cabeza, esquivando los sitios oscuros, los callejones sin salida, los caminos escabrosos y llenos de baches. Pozos profundos, sabores amargos parte de un paquete de vida que una vez mis padres compraron para mi. Sitios clausurados, reprimidos por una mala experiencia. Es como dice el psicoanálisis de Freud, se tiende a reprimir todo eso que no se puede explicar, todos esos recuerdos malos. Para dejarlos atrás y para no chocar con ellos se necesitan mapas, los mapas son difíciles de entender. Creo comprender el punto de Harvey. La importancia de conocer las rutas de navegación. A veces la memoria se mete en territorios que no debe, encuentra el nombre de personas y sitios que una vez juré recordar por siempre, están ahí bajo una montaña de otros nombres, arrastrados a la misma habitación por la misma promesa. Otras veces se mete en territorio fértil, en sitios que enriquecen o salvan alguna explicación. Se dirige allí casi obligada a traer al presente un dato importante.

Hay algo peor que no poder entender un mapa: las puertas cerradas. Y otra vez se me viene a la memoria la teoría de Freud. Detrás de cada puerta puede haber cualquier cosa y cualquier cosa me puede impulsar a estar enfrente de alguna de ellas. Una canción que solo escuché una vez, la forma de una nube que en un segundo se transforma en un verano entero, el dibujo animado que marcó mi vida para siempre pero que solo hoy puedo entender cómo y por qué, ese negocio que ya no abre sus puertas al público, pero que al pasar por ahí puedo sentir el aroma del lugar, que en su interior hubo una charla con cualquier persona que me quitó el sueño más de una noche, el banco de una plaza destrozado por el tiempo, pero aun así deja ver mi nombre grabado junto al de otra persona que pudo haber sido el amor de mi vida. Pero cuando se escarba tanto se ve lo que quiso decir Luca Prodan “Lo que ayer era amor hoy se está volviendo otro sentimiento...” muchas, un montón de situaciones contradictorias, los cambios de opinión sobre algunas cosas y mentir que siempre se sostuvo la misma posición y mentir que siempre fuimos la misma persona. Una situación lleva a la otra.

Dejar que la memoria viaje es un riesgo que hay que tomar. La distracción nos puede alcanzar en cualquier situación, pero si lo hace cuando no es nuestro mejor momento puede hacer mal; que traiga cosas que se enterraron, pero que se hayan enterrado no significa que sean un tesoro, a veces los mapas no son para encontrar tesoros. En cambio sí trae todo aquello que merece un lugar, que merece que se le quite el polvo de vez en cuando.

Cada vez que me agarran estos ataques filosóficos pienso que “… pensar tanto no es bueno”, ya lo dijo el Pity Álvarez y creo que tiene razón.

Caparrós habla de imágenes y sensaciones que solo cobran importancia cuando son contadas. En este caso cuando son recordadas. Lo que me gusta de este autor es que no habla solo de lo bueno de los recuerdos o viajes, si no que reconoce la parte oscura de todo eso que se esconde bajo risas, bajo un sol enorme que pretende tapar todo lo que encerró la palma de mi mano. “…Entender un cartel en ruso, el olor hirviente del aceite, esa madrugada en la que no pude dormir, el oso panda del zoológico…”. Muchos recuerdos de los que menciona Caparrós son parecidos a los míos y a los de cualquiera. Muchos de estos recuerdos son conductores que me paran y me dejan frente a cualquier puerta. Sola. Todo para aprender a hacerme cargo de todo lo que dije y ahora lamento o todo lo que no dije y también lamento. Sin duda puedo decir que estos pasillos me dan miedo; necesito esos mapas para no perderme y no hablar más de la cuenta. Me da miedo cuando me distraigo y al minuto siguiente estoy riendo como una loca; no es malo reír, lo malo es tener que dar explicaciones al de al lado, más si la memoria no lo incluyó.

No hay nada mejor que eso, que reír alocadamente, viajando a un lugar que ya desapareció, sentarme en la orilla de la vereda que no sé dónde está, existe pero no sé donde, no hubo lugar para guardar su ubicación solo queda el recuerdo de una buena tarde, eso es suficiente. Sin duda tengo un depósito muy grande dentro de mi cabeza, incluso hay muchas cosas para tirar, son porquerías que uno siempre guarda y que solo recuerda su importancia cuando las ve o encuentra y cada vez que la memoria se hace un viajecito pasa juntas a ellas como preguntando si ya puede tirar algo de todo eso. Son como flashes, pequeñísimos instantes que siempre cuesta encontrar, tapados por todo lo nuevo y gratificante del día a día. Cada vez que pasa esto me digo a mí misma “llego a casa y llamo a…” quien me hizo reír hace mucho tiempo atrás, a quien necesité o me necesitó. Llego y traigo del olvido eso que me hizo bien y no sé por qué lo olvidé. Para esto me sirven los mapas, para encontrar todo lo que me baja a tierra, para cumplir con promesas que hago todos los días.

Sigo dando vueltas y los árboles se hacen cada vez más pequeños y están cada vez más atrofiados. Me pone triste ese paisaje. Miro hacia arriba y hay un cielo de cables que lo cubren todo. Me doy cuenta de que la humanidad creció mucho, que los espacios verdes son cada vez menos. Vuelvo a la realidad y me doy cuenta que tengo que bajar de una vez. Ya me pasé.


Celeste Terraza

1 comentario:

guille dijo...

hola cele mi amor me encanto tu trbajo.sos muy capaz y lo sabes dale para adelante, yo siempre voy a estar con vos apoyandote,te amo, Guille