Viajes sin rumbo fijo por Matías Constenla

Ciertas señales y percepciones me indicaron que el viaje iba llegando a su fin. Pero no me di cuenta de esto de la manera en la que, por ejemplo, uno ve por la ventanilla del ómnibus el cartel que anuncia la llegada a una ciudad o a un pueblo, o se siente detener el vehículo al arribar a la terminal. Yo mismo era mi propio vehículo y por parte yo decidía cuando llegar. Digo por parte porque hay un rincón de nuestra mente que es impredecible, imposible de controlar y que rige muchas de nuestras acciones, algunos le llaman inconciente y otros no, pero sabemos a qué se refieren. A través de palabras, que conectaban pensamientos e ideas, supe que había vuelto a esa realidad con la que choco todos los días, con un poco de fastidio. Así como quien llega de unas merecidas vacaciones, molesto y pensando que tiene que volver a su rutina laboral con todas las presiones y responsabilidades que implica, pero a la vez feliz de volver a casa, su hogar, dulce hogar. Así me sentí yo.
Las palabras dan forma a la experiencia. Le dan un cuerpo a eso que queremos expresar, a aquello que sentimos y queremos transmitir al otro. Pero a veces cometen el error de etiquetar las cosas, de categorizar excesivamente, tal vez por culpa de la dinámica de nuestros tiempos en los que a todo le ponemos un nombre, con la desventaja de dejar escapar otras sensaciones posibles, nuevas vivencias que de otra manera no serían tan ajenas a nuestra cultura. Algo así sucede con los viajes. De aquí que se relacione el viajar con un cambio espacio – temporal, como caminar, tomar un tren, un micro, un avión, conducir un auto, dar un paseo, ir de vacaciones, etc. Viajar se vuelve una práctica social, de conocimiento e interacción con otra gente, otra cultura y muchas otras cosas más.
Es sabido que diversos factores económicos y socioculturales fragmentaron la sociedad, y fomentaron la cultura del consumismo individualista, que hace que evitemos cada vez más el contacto con el otro y busquemos la felicidad en soledad. Esto implicó que se reformularan muchas cosas. Desde hace décadas se ha generalizado, al menos en la cultura occidental, el consumo de sustancias como la marihuana que permiten experimentar viajes al interior del individuo mismo sin necesidad de trasladarse en el espacio. Es por eso que sería propicio aceptar estas percepciones físico – mentales como formas simples y concretas de viajar a nuevas dimensiones, sin caer en simples juicios de valor acerca de sus efectos físicos o sociales, ya que el consumo del cannabis se ha establecido como pauta cultural desde generaciones anteriores y también es producto de los cambios económicos y sociales que mencioné anteriormente. Si bien omitir las consecuencias negativas que tiene el uso frecuente de esta droga sería totalmente ingenuo e ignorante, lo ideal sería vivir en un ámbito cultural donde se demuestre mayor integración, respeto y tolerancia hacia quienes eligen descubrir las perspectivas que esta ofrece e incluso se daría un mejor conocimiento y concientización a la hora del consumo.

Mi amigo Jorge es un viajero incansable. A él le da igual embarcarse solo o acompañado, pero a veces prefiere ir con alguien para romper la rutina. Por eso aquel día en que llegó a mi casa adiviné sus intenciones. Lo acompañé muchas veces pero admito que algunas aventuras no fueron muy emocionantes, hasta lamenté haber ido.Pero ese día fue diferente. Había un sol radiante, poca gente en la calle y nada q hacer, así que decidí preparar las valijas. Al poco tiempo de dar mecha a la travesía, le propuse a Jorge caminar por ahí, a lo que accedió rápidamente. Era una tarde espléndida y había que aprovecharla. Súbitamente comencé a elevarme sin despegar los pies del suelo y mi mente se fugó sin escaparse, mientras mis piernas se movían y me llevaban hacia no se dónde. A mi alrededor el mundo seguía su curso y yo caminaba con la vista fija hacia adelante, como esos caballos con anteojeras que tiran de los carros sin preocuparse por nada. No tardó en dibujarse una sonrisa en el rostro, al tiempo que mi amigo Jorge me contaba acerca de un amigo al que le había pasado no se qué cosa en no sé dónde, pero fue lo suficientemente gracioso para hacerme reír.

Al igual que en todos los viajes que uno puede realizar, por un lado están los viajes placenteros que recordamos con cariño y melancolía, y por otro lado están aquellos que nos causaron problemas, nos trajeron malos recuerdos y es preferible olvidar. Con la mente pasa lo mismo, pueden salir bien o salir mal. Ninguna experiencia es igual a otra. Tal vez sea por eso que existen creencias difundidas por sectores conservadores de nuestra sociedad sobre las malas consecuencias de la marihuana, apoyadas en los supuestos efectos físicos científicamente comprobados, aunque muchos de los que están a favor de esto nunca la hayan probado. Elvio Gandolfo en referencia a los viajes en ómnibus, sostiene que es un tema que se va a una velocidad pareja, controlada, pero difícil de aprehender e infinitamente cargado de detalles que uno va aprendiendo viaje a viaje pero nunca para llegar a un saber definitivo, porque ese saber cambia una y otra vez, según las circunstancias de cada viaje. Agrega que es distinto viajar en ómnibus con lluvia, con sol, con el cielo nublado, con viento, solo o acompañado. Generalizar
sobre algo implica dejar de lado las complejidades que habitan en cada momento de nuestras vidas y demuestra poco empeño en conocer la verdad de las cosas, aunque no haya verdad absoluta.

De todas formas es entendible el miedo y la desconfianza que hay en torno a esta sustancia. Pero hay que reconocer que el temor a lo desconocido forma parte de la naturaleza del ser humano. En 1903 los hermanos Wright entraron en la historia de la humanidad por ser los inventores de un aparato que revolucionó el sistema de comunicaciones y transportes en todo el mundo: el avión. Hasta ese entonces el sueño de volar se remontaba a la prehistoria. Pero al principio las personas desconfiaban y temían subirse a esos aparatos novedosos capaz de transportarlos por el aire cual pájaros, no era para menos. Tuvieron que transcurrir décadas enteras para que se desarrollara en plenitud el sistema de aerolíneas comerciales. Un siglo después, millones de personas en el mundo utilizan este servicio para desplazarse de manera normal. ¿Cuántos días de nuestras vidas perderíamos arriba de un barco si todavía existiesen mitos oscuros sobre los aviones?

Quizás algún lector desprevenido pueda juzgar con todo su derecho estas líneas como una apología. Pero como no me encuentro en posición de levantar una bandera que no me pertenece, no se trata de un análisis a fondo de la cuestión del consumo sino que pretendo dar testimonio de una experiencia satisfactoria y sobre todo subjetiva, por lo que me atrevo a retomar a Gandolfo en esto último, ya que ningún viaje es igual a otro y depende de cada persona. Además sería irrazonable creer que la marihuana va a resolver o hacer evadir nuestros problemas. Pero sí quisiera haber dejado en claro mi ferviente deseo de lograr una sociedad en la que haya mayor nivel de tolerancia, respeto y educación, para evitar descontroles y excesos generados por la ignorancia, tanto de quienes consumen como de quienes creen que la marihuana tiene la culpa de todos problemas sociales. Si se continúa por este camino estimo que por un lado, se seguirá coartando nuestra libertad de elección y por otro se permitirá a unos pocos seguir expandiendo su negocio.

Matías Constenla

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