Laberinto

y a dónde voy?

siempre voy a buscar lo que es mío

aunque el planeta termine en un circulo:

el final es en donde partí.

(La renga)

Salir, escapar, huir. Muchas son las maneras en que podemos nombrar la posibilidad de irnos de nuestro lugar, dejarlo todo atrás para correr en busca de… Miles de umbrales y de fronteras que nos rozan los hombros, la cara, las rodillas. Abrimos la puerta del laberinto y como en un sueño, del otro lado, estamos en la habitación inicial, nuestro punto de partida.

Una tarde estaba aburrida, prendí la tele. Click, click, click, click, click, click, click, así 78 veces. Un click por cada canal aburrido que aparecía en la pantalla. Zapping. Estar en todos lados y en ninguno a la vez: me canso, cambio, miro otra cosa. ¿Nada interesante? De nuevo empieza el proceso, empiezo por cualquiera, el recorrido es limitado y vean cómo, una vez que arranqué, vuelvo al mismo lugar.

Escapar, huir, desertar. Insatisfecho, Christian cerró la puerta del cuarto y se dedicó un rato a simular que la quería. Muy distinto que con Gaby, pensó, nada que ver con los martes y domingos. Claro, eso fue así hasta la mañana en que se dio cuenta que era jueves sólo porque anticipaba la visita de ella. El hábito y las ganas eran uno, de nuevo. Las aventuras también se le hacían rutinas.

Huir, desertar, fugarse. Un Adolfo adolescente partió de su Alemania natal hacia Austria. Sin mucho que hacer, aprovechó su tiempo y se empapó con las teorías nacionalistas pangermánicas y antisemitas. Para evitar que lo reclutaran en el servicio militar multiétnico de Austria-Hungría, marchó hacia Alemania. Allí lo apresaron y lo inscribieron a la fuerza. Su pie plano lo salvó. Eso sí, una vez que estuvo nuevamente en Alemania, esto sería alrededor de 1914, se presentó como voluntario y el ejército lo recibió con los brazos abiertos. Hitler quiso escapar, alguna vez.

Desertar, fugarse, escabullirse. Meterse en una biblioteca y salir corriendo con un mapa bajo el abrigo: tal vez robemos mapas porque buscamos un hogar, opina Harvey. Quizás seamos cruzadores de fronteras compulsivos y tengamos que correr siempre, correr como si la vida dependiera de ello y por un segundo sólo nos concentráramos en respirar. Me voy a vivir al sur. Mañana, hoy tengo planes.

Fugarse, escabullirse, pirarse. Ensayos de locura. Una mujer cree que es mariposa y en un batir de alas desata un tornado. Si miramos de cerca vemos que es su marido que la golpea con el cinto, mientras ella cree que sus moretones son reflejo de su intento por salir de su capullo. Los chicos, en el rincón, lloran. Son pajaritos. Hasta que se seca las lágrimas.

Escabullirse, pirarse, desaparecer. Actos de magia en Argentina, 1978. Con ustedes, ¡el teniente general! Se acerca, con pompa y solemnidad, con cobardía y ceguera, golpea a sus puertas y un momento después ustedes son una foto, una pancarta, un pañuelo blanco, un grito de justicia. Pero, ¿dónde están? ¡En Europa!

Pirarse, desaparecer, esfumarse. Me prendo fuego y me hago humo. O me hago líquida dentro de mis venas. Una vez Lennon me cantó she was a day tripper, one way ticket yeah! Y yo, que le creía, ví en el polvo, en la pastilla, en la yerba, un otro lugar, mágico, fantástico, donde todo me daba risa, era el mundo del revés. Ahí encontré a la mujer mariposa. Nos matamos de risa en el living de mi casa. Después comimos pastrafrola. Nos miramos y no nos reconocimos. Le recriminé a Lennon que su viaje de ida no anunciaba la vuelta.

Desaparecer, esfumarse, evadirse. La realidad alternativa, el delirio místico. Sentada en con las piernas cruzadas, SA TA NA MA, buscaba Mariela el nirvana. Arrodillado en el banquillo del confesionario, Juan se persignaba y le contaba al cura cómo había mentido a su familia sobre su otra familia. Sentado del otro lado de la delgadísima pared de madera, el cura se sonreía pensando en sus propios pecadillos. Diez Padre Nuestro, diez Ave María. Lo absolvió y quedó libre de todo pecado: reset, vuelve a empezar.

Esfumarse, evadirse, retirarse. El camión se hace a un lado y se queda en la tercera trocha, deja pasar a los demás y por un momento está aliviado: no corre al mismo ritmo que los maníacos de la ruta. Mira el paisaje y sueña que frena, aprieta el acelerador y de nuevo llega a 140km/h. Fin de la tercera trocha: ahora sólo distingue la chapa del micro de adelante. Hay que llegar

Evadirse, retirarse, ausentarse. Doña Tota a veces pierde las llaves, a veces no reconoce a Sarita, su hija, a veces deja el gas abierto, a veces se confunde y compra dos veces lo mismo, a veces no dice que se siente sola. Pero cuando la memoria vuelve, cuando el termina la lucha entre su pasado y su presente, se acuerda de cómo Héctor la engañaba y llora. Se queda Doña Tota sin lágrimas y vuelve a olvidar. Bendiciones de la vejez, quizás. Como apretando un switch, Doña Tota va y vuelve.

Retirarse, ausentarse, abandonar. Si entráramos en puntas de pie a la habitación lo veríamos leyendo y cabecear hasta que al fin escucharíamos ronquidos, debe estar soñando con el viaje de este finde. El libro le taparía la cara. Taca-taca, taca-taca, taca-taca. Misma hora, en otro lado de la ciudad. Si agarramos unos papeles y entramos disimuladamente, escucharíamos el ruido de las teclas golpeadas por los dedos. Por algunos dedos. La pantalla titilante sería silenciosa. Absorta a los gritos que se escuchan en la oficina, siguiría escribiendo hasta llegar al punto que indica el fin del párrafo. Recién ahí reconecta. Se pararía para servirse un café. Se juntaría en la cocina con las compañeras. Gritaría ella también.

Ausentarse, abandonar, salir. Sábado. Salen a las 7am, igual que cualquier otro día de semana. Horas en la ruta. Salir de la ciudad para encontrar el campo. Comer asado, dormir la siesta. Salir de la ciudad para encontrar un paraíso a un par de kilómetros de Buenos Aires. Respirar media hora de aire verde y volver.

A veces vuelvo, porque casi nunca me fui o porque salí a dar una vuelta agotadora que sólo me trajo al punto de partida.


Anahí Bravo Mariani

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