Lecturas

Adentrándonos en El corazón de las tinieblas


por Jimena de la Barra



El corazón de las tinieblas es una novela corta pero intensa. La narración está repleta de descripciones densas y observadoras que no le dan al lector visiones panorámicas o retratos de los personajes, sino que a medida que avanza la trama todo se complejiza.


En el texto abunda el silencio, las ausencias. Lo que Marlow calla es, muchas veces, más importante que lo dice. Son esas omisiones las que las que generan cierta empatía entre Marlow y el destinatario. El absurdo está constantemente presente y se acentúa a medida que avanza el relato. Marlow lo deja en claro, a medida que se adentra en el Congo las incógnitas son más y las respuestas menos. Por lo tanto, para lograr transmitir este desconcierto al narratario lo envuelve en dudas y enigmas constantemente mediante la omisión de información. Marlow también se molesta con los sinsentido que se le presentan y se lo hace saber al lector. “Lo cierto es que cuando pienso en ello todo el asunto me parece demasiado estúpido y sin embargo natural”.


Sin embargo las descripciones están cargadas de contenido. Nos muestran un paisaje enmarañado y confuso como la trama del relato. Y es así como también nos identificamos con Marlow en su desconcierto. Los personajes son enigmáticos. La gran mayoría parecieran contagiados de la oscuridad del paisaje. Sobre todo Kurtz. Kurtz es un personaje central en la trama del libro, alrededor gira gran parte del misterio. Vive en el interior de la selva cerca de los nativos, y Marlow deberá recogerlo. El relato sobre Kurtz se nos va dando a retazos con informaciones que Marlow explica que ha oído de aquí y de allá. Marlow cuenta que todos hablan de él como si fuese una leyenda. Kurtz es un personaje contradictorio. Es temido y amado. Los nativos le adorna como a un Dios; alguno blancos lo admiran profundamente y otros lo odian. Marlow también tiene sentimientos encontrados con respecto a él. Durante todo el libro la curiosidad sobre este personaje está presente, luego al parecer ridiculiza a aquellos que lo veneran (como por ejemplo al muchacho ruso) pero al llegar el final se convierte en uno más de sus fieles admiradores:

Por eso permanecí leal a Kurtz hasta el final y aún más allá, cuando mucho tiempo después volví a oír su voz, no si voz, sino eco de su magnífica elocuencia(..).

Kurtz tampoco se salva de la ambigüedad de este libro en donde nada es lo que parece. Vive con los nativos, ellos lo admiran, lo veneran. Pareciera que quiere civilizarlos aunque también se sumerge su forma de vida. Sin embargo momentos antes de conocer a este personaje no encontramos con un informe escrito por él acerca de los salvajes, ante el cual el mismo Marlow se queda atónito:

Era muy simple y al final de aquella apelación patética a los sentimientos altruistas, llegaba a deslumbrar, luminosa y terrible, como un relámpago en el cielo sereno: “Exterminad a esos bárbaros.

El primer narrador de este relato es un marinero que viaja en el “Nellie” junto con Marlow. Él se lo presenta al lector y luego le cede la palabra durante todo el desarrollo del relato. Esto tiene un efecto interesante porque nos da la oportunidad de conocer esta historia desde la perspectiva e un personaje tan interesante como lo es Marlow con sus ideas propias, sus críticas y observaciones; pero a su vez nos da un pantallazo del Marlow visto desde afuera por un joven marino. Un Marlow tan misterioso y admirado como el mismo Kurtz.


El corazón de las tinieblas es un libro repleto de ambigüedades en el cual el narrador no termina de contarnos qué es lo que sucede. Sin embargo, ocultando más de lo que dice, esta novela logra plasmar las imágenes y las sensaciones de Marlow, los personajes y los lugares de los cuales seguramente luego haya sabido mucho más que nosostros, pero no en aquel entonces. Y es esa historia la que Marlow quiere compartir.



Ser Pasolini en la India


El narrador de El olor de la India se siente extraño al lugar. Se muestra ajeno y fascinado. Está ansioso por saciar su curiosidad y salir a recorrer este país desconocido para él. No le interesa salir a ver lo turístico, lo monumental, sino que quiere adentrarse en lo más íntimo de la India.
“Son las primeras horas de mi estancia en la India y no sé cómo dominar la bestia sedienta encerrada en mi interior, (...)”.


El cronista describe constantemente. Observa minuciosamente lo que lo rodea y lo describe. No le interesa demasiado ser objetivo. Todo lo que cuenta pasa por el filtro de su visión, el relato está cargado de subjetividad. Así es como, según su impresión, sus gustos y sus preferencias, nos va narrando lo que sucede. Y acudiendo muchas veces al uso de metáforas y comparaciones, nos cuenta lo que le desagrada, lo que parece bello y los recuerdos que le suscitan las imágenes.
“(...) pobres vacas cuya piel se había vuelto de barro, obscenamente flacas, algunas pequeñas como perros, (...)”


El paisaje pareciera abrumarlo. Está lleno de tiendas, de coches, de vacas y sobre todo de gente. La India es un país superpoblado y quien narra nos lo hace saber. No se detiene demasiado a mirar monumentos o edificios, son breves momentos en los que contextualiza al lector. Lo que lo rodea es gente. El otro. Lo que le llama la atención durante la crónica es el otro, el otro hindú. Lo que viste, lo que hace, sus expresiones. Por momentos pareciera que sus habitantes son lo único que decora el paisaje. Este hindú complejo, al cual él mismo no quiere reducir a lo simple, a lo predecible; sino que quiere conocer con profundidad. Los observa con curiosidad y fascinación pero en ocasiones se muestra desconcertado. Se enternece con su cortesía y paciencia, pero se exaspera con su pasividad y con su resignación.

...los indios se levantan con el sol resignados, y resignados empiezan a ocuparse de algo: (...) nunca están alegres sonríen a menudo, es cierto, pero es una sonrisa de dulzura, no de alegría


Incluso se muestra asqueado. Lo desagradable no deja de estar presente en la crónica. La India le agrada y le fascina pero también le repele. Lo sucio, lo grotesco, la miseria. No lo dice de manera de despectiva ni agresiva, sino que lo hace saber, lo quiere transmitir, que el lector esté ahí y lo observe de cerca. No es casual el título de la crónica “El olor de la India”:

Las calles están ya desiertas perdidas en su polvorientos, seco, sucio silencio tienen algo de grandiosos y al mismo tiempo miserable


Este narrador es un cronista que nos muestra la India y sobre todo nos permite ponernos sus lentes y verla desde su visión.

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